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Todos los del oficio estamos locos. A algunos les da por la alegría, a otros por la melancolía, pero todos estamos más o menos marcados”.

Lord Byron

 A lo largo de la historia las letras se han ganado la reputación de fabricante de locura (o de imán para los locos, según como se mire). El caso es que ésta afirmación resulta verdaderamente legítima cuando uno se fija en casos como los de Hölderlin, Shelley, Virginia Woolf, Byron, Marcel Proust, etc.

¿Qué tendrán las letras que descuerdan?

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El poeta alemán Johann Christian Friedrich Hölderlin es considerado el lirico alemán más grande del siglo XIX. Al morir su padre cuando el sólo tenía dos años, todos los esfuerzos de su madre se centraron en darle una educación clerical, que impregnará su obra hasta el final.

Aunque se caracterice por su personalidad culta y por su relación con los personajes más destacados de la Alemania del momento(Schiller, Hegel..), dedicó la mayor parte de su vida a la docencia. Pero ésta no era la ocupación más adecuada para un hombre que concebía poesía y vida como un todo indivisible y soñaba con el resurgimiento de la civilización helénica, a la que dedicará su obra más conocida, Hyperion.

En uno de sus trabajos como preceptor, se muda a Frankfurt contratado por un banquero. Pero pronto se enamora de su mujer, Suzzete, que al parecer cumplía con el ideal de belleza griega que el tanto perseguía. En sus poemas, esta mujer queda convertida en Diotima, a la que dedica la mayoría de sus versos.

Pero pronto se ve obligado a abandonar Frankfurt y también a su amada, lo que se cree que puede ser el desencadenante de su locura.

A partir de ese momento nada parece satisfacer a Hölderlin y tras varios trabajos de corta duración, se le considera incapacitado mentalmente y es internado en el manicomio de la Universidad de Tubinga. Finalmente se considera que su esquizofrenia no es peligrosa y le dejan a cargo de un tal Zimmer, ebanista de la ciudad.

Acaba sus días en una torre que tiene como único mobiliario un piano desafinado (que muchos han interpretado como una metáfora de su estado mental) y firmando obras con el nombre de Scardanelli.

Oigamos a través de la voz de su contemporáneo Wilhem Waiblinger la visión que tenía el mundo de Hölderlin:

“Se abre la puerta y en el centro de la habitación hay una figura enjuta que se inclina profundísimamente sin cesar de hacer reverencias, con unos ademanes que estarían llenos de gracia si no tuvieran algo de convulsivos. Es de admirar su perfil, su despejada frente, su mirada amistosa, si bien apagada, no sin vida todavía; las devastadoras huellas de la enfermedad mental se notan en sus mejillas, en su boca, en su nariz, sobre los ojos, en los que hay un grave rasgo de dolor, y se percibe con pesar y aflicción el movimiento convulsivo que a intervalos se extiende por todo su rostro, le impulsa los hombros hacia arriba y le hace levantar especialmente manos y dedos.”

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Y ahora presentemos a Sylvia Plath. otra poeta que cayó en las garras de la locura, con uno de sus poemas: Canción de amor de una joven loca.

» Cierro los ojos y el mundo muere;

Levanto los párpados y nace todo nuevamente.

(Creo que te inventé en mi mente).

Las estrellas salen balseando en azul y rojo,

Sin sentir galopa la negrura:

Cierro los ojos y el mundo muere.

Soñé que me hechizabas en la cama

Cantabas el sonido de la luna, me besabas locamente.

(Creo que te inventé en mi mente).

Dios cae del cielo, las llamas del infierno se debilitan:

Escapan serafines y soldados de satán:

Cierro los ojos y el mundo muere.

Imaginé que volverías como dijiste,

Pero crecí y olvidé tu nombre.

(Creo que te inventé en mi mente).

Debí haber amado al pájaro de trueno, no a ti;

Al menos cuando la primavera llega ruge nuevamente.

Cierro los ojos y el mundo muere.

(Creo que te inventé en mi mente). »

Aunque se desconoce el motivo real de su locura, tradicionalmente se ha tomado como detonante de esta la separación de su marido, el poeta británico Ted Hughes que había tenido una aventura extramatrimonial con una mujer conocida por ambos. Este hecho ocurrió pocos años antes de que la gran poetisa norteamericanas se quitase la vida.

En su última obra La campana de cristal, Sylvia hace ficción sus propias vivencias, siendo prácticamente una biografía novelada. En ella se describe la vida de una joven de diecinueve años en la sociedad del esplendor norteamericano de los  años 50. Es una novela de aprendizaje invertida, siguiendo la corriente de muchas obras escritas durante todo el siglo. Sin embargo esta novela es fallida y amarga como ninguna, incluyendo la tragedia de una primera persona que va entrando en una locura que parece siempre poder ir a peor. Atendida por médicos inútiles es internada y poco después sometida a los temidos electroshocks tras intentar suicidarse.

Se trata de una novela en clave en la que la mayor parte de los personajes son retratos de gente que Plath conocía muy bien pero encubiertos tras otros nombres. Ni siquiera la primera edición de este libro fue publicada con su propio sino que utilizó un pseudónimo: Victoria Lucas

Todo parece quedar irremediablemente intrincado: la novela, la vida de Plath y la muerte por suicidio, una especie de tarea pendiente que tenía desde los diecinueve y que a los treinta finalmente cumplió cuando su locura llegó a ser insostenible.

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Volviendo a la cita que veíamos al principio de esta entrada, Lord Byron tampoco se libró de la locura que según el compartían todos los escritores en mayor o menor grado. Según expertos  George Gordon Byron sufrió durante la mayor parte de su corta vida de patologías maniaco-depresivas, que se manifestaban en su vida llena de excesos de todo tipo.

Su vida no fue fácil en la infancia. Tras el abandono de su padre, su madre entró en un estado de melancolía continua con el que tuvo que lidiar el pequeño Byron toda la vida y lo que le llevó a tener una relación completamente enfermiza con su madre, continuamente oscilando entre el amor y el odio. A demás, las anormalidades físicas que sufría Byron (nació con un pie deforme que le producía una gran cojera), le convirtió en un ser soberbio que ocultaba su inseguridad en la ostentación. Fue mujeriego y derrochador, una persona sin límites de ningún tipo, que pese a su gran sensibilidad, actuaba continuamente por instinto y sin premeditación. Parecía no tener filtros de conducta y hacía siempre lo que le venía en gana. Y esto, en vez de producirse siempre felicidad, en muchos casos le sumía en episodios de profundas depresiones, de las que creía salir sumergiéndose de nuevo en el vicio y los placeres.

Representa por otro lado el ideal romántico que busca la libertad, uniéndose en el final de su vida a la liberación de los pueblos griegos, donde esta dispuesto a dar la vida. Sin embargo, muere, paradójicamente, por enfermedad sin siquiera haber participado en la batalla.

En 1998 se publicó Kay Redfield Jamison Marcados con fuego, una obra en la que analiza trastornos psiquiátricos como los de Lord Byron.

Destacamos:

“Byron sufrió enormemente por su “predisposición al dolor”, y a veces temió volverse loco. Escribió y habló sobre el suicidio, y adoptó un estilo de vida que hacía probable un temprano fin; desde el punto de vista médico, sus síntomas, la historia psiquiátrica de su familia y el curso de su enfermedad encajan muy bien en la pauta de la enfermedad maniaco-depresiva”.

virginia-woolfPor último, no seríamos justos si dejásemos a Virginia Woolf fuera del círculo de escritoras enloquecidas más célebres de la historia, ya que sufrió numerosos episodios de fenómenos psiquiátricos cuyo diagnóstico aún desconocemos. Nos acercaremos más a la locura de esta literata inglesa a través de la carta de despedida que le dejó a su marido antes de quitarse la vida:

«Querido:

Estoy segura de que me vuelvo loca de nuevo. Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas. Esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oír voces y no me puedo concentrar. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Verás que ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte que… Todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. No me queda nada excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo.

No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros.

V.»

Después de escuchar a Virginia hablando directamente desde su infierno personal poco más se puede decir.

Esta escritora británica nació en el seno de una familia realmente culta, donde tuvo acceso desde una temprana edad a una cantidad enorme de libros, que, según su padre “devoraba”. Pero su educación quedó lastrada por su condición de mujer, lo que siempre le recriminó a la sociedad. Posteriormente ingresó en el Grupo de Bloomsbury, donde se reunían numerosos escritores todos los jueves. En aquella época Virginia escribía crítica literaria y al mismo tiempo impartía clases. Vamos encontrando entonces ya una escritora de imaginación desmedida y con unas capacidades extraordinarias para la escritura. Con el tiempo, las personas más cercanas a ella, descubrirían que Virginia tenía que estar siempre escribiendo algo, pero que, al mismo tiempo, «todas sus novelas eran una causa de ansiedad y depresión.»

Si nos fijamos en las fechas de en las que escribe sus obras, encontramos que las crisis de delirio en las que perdía casi por completo la conciencia de la realidad y del mundo exterior solían coincidir con los momentos en los que estaba terminando de escribir alguna de sus novelas. Pero no por ello iba a dejar de escribir sino que, al contrario, filtraba sus propias experiencias hasta convertirlas en literatura a través de las experiencias de sus personajes, como sucede en el caso de Septimus Warren-Smith, personaje de La señora Dolloway, que sufre neurosis de guerra y que terminará suicidándose. Tras superar sus recaidas en la locura, Virginia Woolf solía recordar gran parte de lo que le había ocurrido y, normalmente, lo primero que hacía cuando todo volvía a mostrar cierto equilibrio era empezar a trabajar en una nueva novela.

Finalmente, y harta de estas subidas y bajadas, decide quitarse la vida.

No sabemos qué es lo que vuelve locos a los escritores, pero, con locos tan geniales como estos, que no paren de llover.

Paloma Caramelo

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